Educación Alimentaria: más allá de la comida

Cuando decimos en nuestro Manifiesto que nuestra idea de “aficionar a los niños al buen comer” va más allá de la comida, nos referimos literalmente al aspecto psicológico y social que la educación alimentaria conlleva. Para hablarnos de ello, hemos invitado en nuestro blog a Marta Miguel, que nos ha asesorado con la redacción de nuestras bases y nos ayuda a mantenernos vigilantes frente a las prohibiciones y/o las actitudes negativas a la hora de hablar a nuestros hijos.

Sigue leyendo este artículo lleno de buenas prácticas para educar en la alimentación de una manera más global y positiva.

Marta-Miguel_colaboradora

Hablar de educación alimentaria muy probablemente sea sinónimo de preocupaciones en torno a si tus hijos comen suficiente pescado o verduras o si por el contrario consumen demasiada “comida basura”. Sin embargo, la educación alimentaria en la infancia y la adolescencia adquiere una dimensión que va más allá de la comida y las necesidades biológicas.

Actualmente hasta el 7% de los adolescentes sufren trastornos alimentarios y alrededor del 14% de niños y jóvenes sufren sobrepeso u obesidad. Por lo tanto 2 de cada 10 niños no establecerá una relación sana con la comida, lo cual influirá negativamente en su imagen corporal y su autoestima. El objetivo de este artículo no es alarmar, sino poder reflexionar sobre cómo podemos educar a nuestros hijos acerca de la comida para fomentar así su salud física y su salud mental.

Veamos qué aspectos deberíamos tener en cuenta para educarles de una forma más global:

1. El niño debe regular la cantidad de lo que come, según la sensación de hambre o saciedad.

El adulto no debe forzar, amenazar o mostrar ansiedad en el momento de las comidas. Estudios demuestran que las prácticas de padres muy controladores o muy permisos en relación a la comida se asocian a niños con dietas menos saludables y aumentan el riesgo de sufrir obesidad. Además todo ello influye en la capacidad del niño para regular su apetito. Lo más aconsejable es darles cierta libertad ofreciendo opciones saludables.

2. La variedad debería ser el principio por antonomasia en cuanto al consumo de alimentos y su cocción.

Si bien hay que potenciar una alimentación saludable, todo debería tener cabida respetando las recomendaciones de frecuencia y cantidad establecidas por los organismos competentes. Las únicas prohibiciones deberían ser para proteger al menor de problemas físicos (por ej. intolerancia al gluten). Los limites o prohibiciones, tanto en la comida como en la conducta, deberían responder a la protección física o mental del menor y no a las preferencias de los progenitores hacia su hijo.

Evita hablar de alimentos buenos o malos, “comida basura” o “porquerías”.

3. No premiar ni castigar con comida.

En nuestra sociedad, la asociación entre alimentación y emociones es un hecho evidente, por lo que fomentar su diferenciación es importante. De no ser así, podríamos enseñar a nuestros hijos a “calmar” emociones como la tristeza o el aburrimiento con la comida. La comida puede convertirse en un medio de comunicación, una forma de comunicar emociones o necesidades que el niño todavía no puede expresar con palabras. Rechazar alimentos o negarse a comer puede ser una forma de llamar la atención y muchas veces lo es. Es necesario ayudar al niño a identificar y poner palabras a sus emociones y necesidades más que tildarlo de caprichoso. Igualmente importante es que durante el momento de la comida los adultos nos mostremos tranquilos, sin preocupaciones o ansias hacia el pequeño.

Evita frases como: “hoy te has portado muy bien así que de postre ese helado que tanto te gusta!”, “estás triste? Quieres un poco de chocolate?”, etc.

4. La palabra convence pero el ejemplo arrastra.

Así pues es importante que como adultos nos cuestionemos nuestros hábitos para que nuestros hijos aprendan adecuadamente a cuidarse. Algunos ejemplos a tener en cuenta, podrían ser hacer un buen desayuno, evitar realizar dietas y mantener siempre buenos hábitos alimentarios o no contagiar de “malos hábitos” y permitir que los niños prueben sabores y texturas nuevas.

5. No hacer críticas ni halagos que giren entorno al exceso o defecto de peso.

6. Fomentar que el tiempo de comida sea divertido.

Evitando distracciones tales como la televisión, los juguetes, etc. Siempre que sea posible, el niño debe comer junto a los adultos y no en turnos separados.

7. Evitar mensajes relacionados con la comida y la salud o la enfermedad.

Es mejor enfatizar los aspectos lúdicos de llevar una alimentación variada.

Evita frases como “si no comes no crecerás” o “esta comida es mala para el corazón”, etc.

Agradecemos a Marta Miguel por todas estas premisas a la hora de educar de manera global en la alimentación que nos hacen ser más conscientes sobre nuestra propia relación con la comida. Ahora nos toca compartir porque ¿quién no se ha escuchado diciendo alguna de estas frases a sus hijos? Seguro que a nosotras también nos las decían sin pensar que podrían estar influyéndonos… ¿cuál ha sido de pequeña tu relación con la comida y cómo ha ido evolucionando?

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